-Añorando-

El viento humedo de ese calido anochecer de verano le trae a todo el que lo sienta una incomoda sensacion de pesadez. Los minusculos mosquitos sobrevuelan asustados y animados la pesada y cansada figura de aquel hombre que ahora siente su armadura mas incomoda que en otra sendas.
A la distancia se notan relucientes y mas altos que de costumbre los perfiles de las montañas, las nubes egoistas, repelen la luz de los ultimos rayos de sol de la tarde, aunque a su vez regalan a la vista una gama de vibrantes tonos rojos. No es algo que el viajero no haya visto antes, pero de una u otra forma, le hace recordar algunas de sus paseos por otras sendas pacificas. Las largas caminatas con ella son lo primero que le vienen a la mente; la sencillez de sus palabras y la suave sensacion de su mano al estar entrelazada con la suya traen recuerdos gratos a su corazon, pero oscuras reminiscencias a su mente. Por tercera vez en el dia, se pregunta a si mismo como es que ha llegado hasta aca, mas aun sin su compañia.

De pronto el viajero alza la mirada. El camino termina a unos cuantos pasos de donde esta.
A pesar del suave calor del verano, una extraña sensacion de frio le corre por el cuerpo. El camino esta por acabar pero el verdadero recorrido se encuentra delante de el.

El viajero suelta la bolsa que lleva y antes de que esta levante polvo en el piso, su mano ya esta fijamente agarrada de la cruz que lleva en el cuello.
Con la mirada fija en aquel crucifijo, cierra los ojos y poco a poco sube el semblante, cuando su cabeza finalmente esta levantada por completo, el estruendo de un trueno hace que varios petirrojos levanten vuelo a pocas yardas de donde se encuentra, sus ojos se abren y recorren curiosos y decididos los ahora oscuros matices rojos de las nubes antes de enfocarse en aquel majestuoso edificio. El color carmesi del horizonte dibuja amenazantes figuras en las murallas, la arquitectura de la construccion acompaña el tono de las nubes y evoca los temores de cualquier alma que presencie aquella vista. El viajero no sucumbe pero se queda firme, callado y pensativo por unos minutos. Ante aquel castillo apostado hace siglos, la figura del viajero parece minuscula.

El viajero aprieta el crucifijo contra su pecho antes de levantar su bolsa y continuar su marcha. La añoranza lo habia guiado bien.